Cuando uno piensa en Viena le vienen a la mente los valses, el Danubio azul, que de azul no tiene nada, palacios imperiales…, pero pasa inadvertida para los compatriotas que se dejan caer por esos pagos, la larga historia en común de las dos ramas de los Habsburgo, que coexistieron durante largo tiempo, una la Monarquía Hispánica, dueña de medio mundo, y la otra que habría de prolongarse hasta la derrota tras la Primera Guerra Mundial.
Conviene recordar que, de los tres asedios que sufrió Viena, frente al poder otomano, derrotado frente a las murallas de la ciudad, consiguiendo salvar a la Cristiandad, el primero tuvo como protagonista determinante a un pequeño contingente de 700 arcabuceros españoles, procedentes en su mayoría de Medina del Campo, y enviados por María de Hungría, hermana de nuestro rey Carlos I de España, y del Archiduque Fernando I de Austria, originario de Castilla. Carlos I no pudo enviar más refuerzos a su hermano, acosado como estaba por el rey Francisco I de Francia, que atacó en Italia, aliado con el sultán Solimán el Magnífico. Éste, ante la acometida de los defensores, encabezados por los bravos españoles, hubo de retirarse en 1529.
Hasta nuestros días, ha llegado la Escuela Española de Equitación, con 400 años a sus espaldas, iniciada con la admirada raza equina española, aunque hoy en día, es la lipizzana la que ha tomado el testigo.
Viena da para mucho. Es una ciudad para pasear con calma y admirar su monumentalidad, desde los palacios imperiales, el de Hofburg, centro del poder de los Habsburgo a lo largo de seis siglos; Schönbrunn, del siglo XVII, residencia de verano de la familia imperial, incluida la famosa Sissí, y Belvedere, antigua residencia del Príncipe de Saboya, que consta del Bajo Belvedere y del Alto (desde este último, las vistas de la ciudad son magníficas).
El patrimonio religioso es igualmente admirable, desde la icónica catedral de San Esteban -donde se celebró la boda y el funeral de Mozart, natural de Salzburgo-, pasando por la no menos espectacular iglesia barroca de San Carlos Borromeo, hasta la sobrecogedora Cripta de los Capuchinos, que alberga los restos de la familia imperial de los Habsburgo, destacando el sarcófago de la emperatriz María Teresa, o los del emperador Francisco y su esposa Isabel de Baviera.
La música está omnipresente en la ciudad imperial, donde reinan sobre todos Mozart -se conserva una de las casas, entre las varias en las que residió durante sus diferentes estancias en la capital- y, cómo no, los Strauss, con sus valses y polkas. Para los amantes de la música, son visitas obligadas la Ópera, o el Musikverein, cita cada 1 de enero, con su clásico Concierto de Año Nuevo.
Lo más fácil es dejarse llevar por la animada Ringstrasse – avenida construida sobre las antiguas murallas-, para admirar sus monumentos: el Ayuntamiento, la Biblioteca Nacional, la Universidad, la iglesia Votiva, la Asamblea Federal…o pasear por sus jardines, como el Stadtpark, uno de los más bonitos pulmones de la ciudad, y sus mercados, como el Naschmarkt, que lleva funcionando desde el siglo XVI.
Los amantes del Séptimo Arte querrán acudir al Prater, el parque de atracciones más antiguo del mundo, y rememorar la película del Tercer Hombre, ambientada en la posguerra.
Finalmente, la gastronomía, con sus gulasch, schnitzel… regados con cerveza o los afrutados vinos de los viñedos próximos, y concluyendo con una suculenta tarta Sacher, servirán para reponer fuerzas y poner punto final a un viaje que no dejará indiferente a nadie.
Texto y fotos: Jesús Caraballo