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¡Hasta luego Padre Chema!

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Llego a Montecarmelo en 2013, procedente de Guatemala, para sustituir al Padre Hipólito al frente de la parroquia Divino Salvador. Casi once años después, el padre José María ha vuelto a su Logroño natal, no sin antes querer despedirse, a través de Zitus Madrid, de todas aquellas personas que han caminado junto a él y los Salvatorianos estos años. Y es que el Padre “Chema” se ha hecho querer y son muchos los que piensan que aunque esté en la distancia, siempre será Gente del Barrio.

– “Llegué a sustituir a Hipólito, quien iba a irse a Guatemala a donde yo estaba. Llevaba casi diez años trabajando en Montecarmelo. Sin embargo poco antes de marchar se le descubrió que tenía un cáncer y se quedó en Montecarmelo, aunque yo ya había sido nombrado párroco de la parroquia Divino Salvador. Así que el Padre Lorenzo y yo, y otros muchos hermanos, nos encargamos de cuidarle”.

– ¿Qué recuerdos guarda de esa llegada?

– “La primera impresión que tuve es que había que revitalizar la comunidad. La gente venía porque le tenía mucho cariño a Hipólito, pero faltaba algo para que se quedasen, algo no estábamos haciendo del todo bien y eso que comenzaron dando misa en el garaje de Benetússer y en 2010 consiguieron el prefabricado. Así que revitalizamos un poquito la catequesis, visitamos las escuelas, comenzamos a cantar con los niños y poco a poco la gente fue haciendo comunidad en torno a nosotros, pero con mayúsculas”.

– ¿Si tuviera que quedarse con tres momentos de estos años, los más bonitos?

– “El primer momento hermoso fue al llegar de la misión y ver que aquí había una semilla y que valía la pena cultivarla y regarla. Y eso fue gracias al padre Hipólito y Lorenzo. Un segundo momento gratificante fue cuando el Cardenal Osoro vino a poner la primera piedra de la actual parroquia. En el prefabricado no cabíamos ya, venía mucha gente incluso de la parroquia amiga Santa María la Blanca, la respuesta de la gente comenzaba a ser espectacular, venían y decían que encontraban un no sé qué pero que se sentían como en su casa. Y el tercer momento fue en 2019 en la inauguración de la iglesia tras muchos años de duro trabajo, ya también con el Padre Luis, que buscó unos arquitectos en La Rioja que se acomodaran al proyecto y al sueño que teníamos de aprovechar el terreno de la parroquia sin mover el prefabricado, para poder seguir dando misas durante las obras. Mover el prefabricado nos costaba 80.000 euros”.

– ¿Qué dan los salvarotianos para que la gente se sienta tan cercana a ellos y como ha dicho, se sientan como en casa?

– “Yo creo que el haber estado todos en misiones nos ha hecho muy cercanos, muy sencillos y muy acogedores. Y aquí la gente quiere cariño, aprecio, acogida, sentirse en casa, no sentirse regañados. Nuestras homilías son de ayudar a la gente a caminar, a descubrir a Jesús en su vida, abrir los ojos. Como dije en el día de mi despedida necesitamos abrir los ojos, porque estamos viviendo una realidad de manipulación perversa y los cristianos tenemos que saber actuar frente a esta realidad que estamos sufriendo de política social y económica mundial. No nos tenemos que callar, tenemos que tener la esperanza y capacidad de trabajar unidos. En la pandemia sufrimos mucho todo eso porque somos muy de cariño, de abrazo, de beso, de recibir a los niños en la parroquia, de rezar juntos el Padrenuestro. Nuestras misas son sencillas pero muy acogedoras y sensibles, de esas que llegan, porque lo importante es que lleguen. Yo creo que el ámbito misionero nuestro ha creado un poquito ese espacio entre los vecinos”.

– Hablábamos antes de los tres mejores momentos. ¿Y los más duros?

– “Para mí fue muy duro dejar Guatemala, pero más duro fue cuando al llegar aquí descubrimos el cáncer de Hipólito. Muy duro porque ni él podría entonces ir a Guatemala, ni me dejaban ir a mí porque el padre Lorenzo no se podía quedar solo a cargo de la parroquia y cuidar a Hipólito. Me causó tristeza porque en Guatemala nos ha costado mucho la misión. También es verdad que al llegar a España e ir al médico a revisarme el corazón, ya que nací con un problema, el cardiólogo se echó las manos a la cabeza y me dijo que no entendía cómo había podido aguantar en Guatemala a 2.800 metros de altura. Otro mal momento, evidentemente fue la muerte de Hipólito en 2015 y la pandemia. Fue muy duro para mí porque yo venía todos los días a dar de comer a los peces y a dar la comunión a la gente que se acercaba con bolsas de la compra para poder comulgar. Pero yo sentí que me ahogaba sin ese contacto directo con mis feligreses y después de Semana Santa, con misas retrasmitidas, cogí un autobús  y me fui a Logroño para desconectarme de todo esto porque la ansiedad me comía. El tercer momento, puede ser el descubrir con mis superiores que los cambios que se hacen se pueden hacer de otra manera y de repente con otras personas. Ese momento al principio me chocó porque todo estaba funcionando muy bien”.

– ¿Se refiere a cuando le dijeron que dejaba la parroquia de los Salvatorianos de Montecarmelo?

– “Sí”.

– ¿Se veía retirándose aquí?

– “La verdad es que sí. Jubilado ya estoy porque tengo 70 años, pero me veía llegar a los 75, con un párroco nuevo y con un par de personas nuevas y renovadas para ir soltándoles a ellos la parroquia y yo ya ir sin ser ya párroco, acompañando. Aquí la gente nos aprecia mucho. Pero después dije bueno qué casualidad coincide con que mi madre está ya muy anciana, casi no ve, ha perdido a tres hijos y qué mejor que cuidarle a ella, compaginándolo con la parroquia de gente mayor que voy a llevar en Logroño”.

– ¿Digamos entonces que dejar la parroquia de Montecarmelo y volver a Logroño al final ha sido un cambio agridulce?

– “Exacto. Comenzó siendo un poco agrio y ahora ya lo veo dulce por poder cuidar más y mejor a mi madre en la última etapa de su vida”.

– ¿Momento duro fue también cuando perdió a su hermano en 2020?

– “Sí, cierto. Mi hermano Fernando murió en un accidente, ya no iba a trabajar más de bombero y un compañero le pidió que fuera a un accidente para ir apagando el fuego, y le atropellaron. Muy duro”.

– El acto y misa de presentación del nuevo párroco, el Padre Andrés, y de su despedida, fue multitudinario y lleno de numerosas muestras de cariño de los vecinos y feligreses. ¿Era consciente de cómo le quiere la gente?

– “Pues me siento un poco abrumado y a la vez me asusta un poco. Errores he tenido, como todos, pero es que estos vecinos son todos excepcionales y hemos construido una gran familia. La misa de mi salida y de presentación de Don Andrés duró dos horas y media y ahí no se movía nadie, el mismo Vicario me dijo que ha participado en muchos actos de este tipo pero como lo de ese día en ningún sitio. Fue mágico lo que viví y no tengo ninguna duda de que al Padre Andrés lo van a acoger de la misma manera que hicieron conmigo en su día.”

– Le hemos conocido como el Padre José María o el Padre Chema, pero ¿cómo es Chema cuando se mete en su habitación?

– “Soy un gran lector y cuando entro en mi habitación procuro alejarme lo más posible del móvil. Me gusta ver algunas noticias de última hora, algún YouTube de esos que quieren sensibilizar este mundo, me alejo un poco del drama político y en el poco tiempo libre que tengo, que no sólo era dar misas, me dedico a mis ratos de oración y a tocar un poco la guitarra. Aunque ya últimamente ni eso porque poco paraba yo en la habitación”.

– ¿Cuáles son brevemente esas otras cosas que la gente no ve que hace un párroco?

– “Una vez a la semana visitaba a vecinos enfermos que por alguna circunstancia no poidían venir a la parroquia y querían comulgar y hablar; también visitaba familias que me invitaban para tomar un café, tenía los ratos de oración cada día, tanto en comunidad como personal, y mi lectura. En las tardes procuraba descansar y atender la catequesis desde las 5 de la tarde hasta las 8:30 con la misa y con atención del despacho, y normalmente a las nueve de la noche cena y siempre intentaba caminar una hora. También visitaba una vez al mes las familias que están trabajando con la preparación de los novios, la pastoral familiar, amor conyugal, etc. Además, durante bastantes años, cuando estábamos en la casa de la calle de Benetússer, era el encargo de hacer la compra, de preparar las comidas ayudando a la cocinera a decirle cómo tenía o cómo les gustaba a los hermanos salvatorianos”.

– ¿Cómo definiría a Montecarmelo como barrio?

– “Mira es un barrio poco asambleario, muy individuales, nos cuesta mucho las reuniones en grupos. Sin embargo, cuando organizábamos las celebraciones de Navidad, los concursos navideños o de fin de año, esto se llenaba de gente y había mucho calor. Pero nos cuesta mucho reunirnos para formarnos en la doctrina social. Y esto aumentó después de la pandemia. Además los padres de familia tienen una agenda repleta de cosas y o venía alguien importante a la parroquia o es difícil que saquen tiempo. Eso es algo que me llamó la atención cuando vine de Guatemala, aquí se hacía todo corriendo, no hay tiempo para un café pausado y una charla sobre cualquier tema”.

– ¿Volverá como párroco?

– “Cómo párroco no, pero de visita seguro porque tengo mis médicos, que tengo en diciembre, y antes tengo un encuentro en noviembre de Amor Conyugal en Talavera de la Reina. Tres o cuatro veces al año vendré seguro”.

– ¿Qué consejos le daría al Padre Andrés?

– “Que sea el mismo. Que vea la necesidad de construir puentes y seguir con la acogida la fraternidad comunitaria y la disponibilidad alegre y gozosa ante la realidad que es de la feligresía. Que evite el narcisismo y la prepotencia. Que sepa escuchar y ver la realidad y no se deje manipular por cuatro personas que quieran imponer sus criterios y su forma de actuar. Que sea un hombre de Dios y de mucha oración para que nadie ni nada externo le pueda quitar la paz interior y el amor de Dios”.

– Y por último, ¿qué es lo que más va a echar de menos de la Parroquia Divino Salvador de Montecarmelo?

– “La calidez humana de la gente y la calidez de la acogida, el poder seguir descubriendo que sin saberlo del todo, había muchas personas a las que he ayudado con mis homilías o cuando les visitaba y charlábamos. Puede sonar vanidoso pero me he dado cuenta que por mi forma de hablarles les he tocado e corazón, y aunque vamos a seguir en contacto, que para eso están los móviles, voy a echar mucho de menos esos abrazos. Pero estoy contento porque mi vuelta a mi madre le ha hecho feliz, ya cieguita la pobre. Mira, el cariño que me han demostrado en estos diez años los vecinos de Montecarmelo, mi madre también lo ha vivido, porque cada vez que me la traía a Madrid porque me tocaba cuidarla, siempre se acercaban a ella para decirle cosas bonitas de su hijo. Y eso nunca lo voy a olvidar”.