A sus 58 años, Francisco Fernández Gabaldon, casado con dos hijos, no renuncia a su gran pasión, la pintura. Así lo comprueban a diario los vecinos que entran en el Obrador “La Miga” de Sanchinarro, que abrió hace 17 años, donde expone algunos de su cuadros.
– ¿De dónde le viene la afición a pintar?
– “Me gustaba mucho dibujar en el colegio pero mi afición a pintar cuadros es más o menos reciente. Necesité aportar color a mis dibujos y sin haber ido a ninguna escuela compré óleos y empecé con cierta edad. Era una foto de un acantilado de Navarra, un cortado con mucha erosión, imposible de pintar, y ese fue mi primer reto. Me dije “si no sé pintar no voy a perder el tiempo”. Y me quedo muy bien, muy parejo a la foto. Pintaba en mi tiempo libre, pero con la llegada de mis hijos lo dejé. Lo retomé con cierta edad, hará unos diez años Aquí en la tienda tengo unos seis cuadros y en casa no recuerdo”.
– ¿Es autodidacta?
– “Absolutamente y eso me ha perdido. Siempre he sido algo rebelde, mi madre quiso apuntarme a Bellas Artes, pero me sonaba a algo muy encorsetado. Ahora reconozco que con un maestro al lado hubiera llegado lejos. Con ensayo y error, cuesta más, pero también te da mucho orgullo ver el resultado. Simplemente leía a los grandes maestros, sus técnicas, su historia, e intentaba imitarlos”.
– ¿Qué técnica emplea?
– “Empecé pintando en óleo, ahora estoy en acrílico. Pero quiero pasar al óleo por sus propiedades. El acrílico se seca muy rápido y las correcciones son más rapidas y si pierdes un color tienes que volver a crearlo. El óleo te espera, siempre recuperas la pintura mezclada con una gotita de aceite y su viveza y potencia de color la pierdes cuando aguas mucho el acrílico”.
– ¿Por qué decide traer los cuadros a La Miga?
– “Tenía la necesidad de que alguien tuviera la sensibilidad de apreciarlos y fiera un aliciente para seguir. He encontrado mucha gente amante de la pintura, con la que intercambio técnicas. En general todo son alabanzas, que al principio me chocaban, no me las creía porque a veces el halago puede ser muy sencillo de dar. Pero me he dado cuenta que la gente es más o menos sincera”.
– ¿Ha expuesto en algún lado?
– “No. Fui al Centro Cultural de Sanchinarro pero para hacerlo tenía que estar asociado al grupo de escultores o pintores de Madrid o ser alumno de su escuela de pintura. Me apunté pero no me llamaron para ese curso y lo dejé”.
– ¿Es esa su espinita?
– “No porque no tengo una creación propia o una línea argumental. Aunque lleve tiempo pintando estoy empezando y casi todo son copias de obras de arte y no puedes ir con una copia de van Gogh. El arte o la creatividad la demuestras en tus propias creaciones y estoy en esa fase, creando nuevas cosas con cierto mensaje y cierta carga de simbolismo”.
– Aun siendo copista, ¿qué tienen de Francisco sus obras?
– “La Gioconda, por ejemplo, es mucho más grande que el original y me he tenido que inventar cosas documentándome de la época, -cómo eran los suelos, las sillas, unos barrotes, etc-, es decir, imaginarme cómo era el día en que se pintó hace 500 años. Así le he dado mi toque, a la vez que he vivido una conexión mágica con el autor, porque una vez pintado, cosas que a mí me habían costado descubrí que a Leonardo también y yo no lo sabía”.
– ¿Le hubiera gustado vivir de esto?
– “Absolutamente. ¿Sabes lo que me hubiera gustado realmente?, ser restaurador. Tenía una amiga restauradora en el Museo del Prado y siempre me gustó. Soy muy minucioso, muy manitas, tengo mucha paciencia y cierta habilidad. Vivir de lo que pinto me hubiera encantado, pero la restauración hubiese sido mi vida”.