Allá donde Catalunya comienza a fundirse con el viejo reino de Valencia, encontrarás lugares que vale la pena rescatar de un cierto olvido, redescubrir con calma y disfrutar a tope. Historia, naturaleza, cultura y gastronomía.
Comenzamos en Tarragona. Lo que empezó siendo un sencillo campamento militar terminó como una de las ciudades más importantes del Imperio romano y mucho de aquello todavía sigue aquí, formando parte del Patrimonio de la Humanidad. Como la muralla de la que aún se conservan más de 1.100 metros y que, junto a la de Lugo, es de las más grandes y mejor conservadas de Europa. El anfiteatro goza de una posición privilegiada al borde del mar. El Circo, el Pretorio, la maqueta romana de Tarraco, el Foro, el Templo y otros lugares dan idea de lo que la urbe representó en la antigüedad y el Museo Nacional Arqueológico de Tarragona muestra una parte de lo que allí se encontró.
En el Paraje Natural de Poblet descubriremos el silencio que reina en la parte habitada por monjes cistercienses del Monasterio de Poblet. Con gran diversidad de construcciones y órdenes arquitectónicos, sin excesivos detalles escultóricos, llama la atención ver los espacios que la comunidad utilizó en su día, como el gigantesco dormitorio común, los lugares de oración, el refectorio… No muy lejos está el Monasterio de Santes Creus, joya del arte medieval catalán y el único monasterio de la Ruta del Císter que no tiene vida monástica.
La tradición de regalar una rosa en el día de Sant Jordi nació frente a las murallas medievales de Montblanc. Capital de la Conca de Barberà, además de leyendas tiene muchas realidades, como la iglesia de Santa María la Mayor, conocida como la Catedral de la Montaña, y otras varias iglesias –Sant Miquel, románica o Sant Marçal, gótica– y edificios civiles como el Palacio Real, el del Castlà, las casas Alenyà y Desclergue (góticas) y la casa Josa, de origen medieval.
Acude a la ciudad de Valls, en la comarca del Alt Camp, cuna de la calçotada, plato típico de Catalunya. Unas cebollas dulces y largas, que se plantan dos veces, que deben tomarse en invierno, preferentemente al aire libre, con babero, ennegrecidas por la llama y mojadas en una salsa de romesco. Acompáñalas, a ser posible, de carne a la brasa y naranjas de postre. Ya que estas aquí, visita la iglesia de Sant Joand del siglo XVI y la Capella del Roser.
Disfruta de un pescado bien fresco –dorada, merluza, galera, calamar, pulpo…– y bien cocinado en cualquiera de los restaurantes y chiringuitos de Cambrils, de la localidad del Baix Camp que se ha ganado a pulso el reconocimiento como Capital Gastronómica de la Costa Daurada. Pero ver a media tarde cómo llegan a puerto esos excelentes pescados, todavía coleando, tiene aún más encanto y permite valorar el resultado de un duro trabajo. La Cofradía de Pescadores, que lleva haciendo este trabajo desde el siglo XVIII, inicia la subasta del pescado que, como es tradición, se hace a la baja.
En Priorat el protagonistas es el tinto, el blanco o el rosado, todos ellos con sus matices, cuyo cultivo de la viña es complicado, exigente y muy costoso, caracterizado por los conocidos costers de Llicorella.
Dunas, salinas y salobrales, marismas y lagunas de agua salada encontrarás en el Espai d’Interès Natural de Els Muntanyans en el municipio de Torredembarra con la playa de siete kilómetros de largo que comparte con las poblaciones de Creixell y Roda de Barà. Un lugar tranquilo en el que disfrutar de la naturaleza y el mar, como hacen muchos amantes del naturismo que buscan el contacto directo con la arena y el agua sin el impedimento del bañador.
Espectaculares son los acantilados de Torredembarra de la playa del Canyadell. Vale la pena conocer el Castillo de los Icart, sede del ayuntamiento, la Torre de la Vila, Cal Checo o la Iglesia Parroquial de San Pere y su magnífico órgano barroco de 1705.
Texto y Fotos: Enrique Sancho