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Zitus Madrid, número 173

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Estoy convencida, prácticamente segura, que serán muchos los que me  pongan una “etiqueta” después de leer este editorial. Algo, lo confieso, que me daría pena en cierto modo, porque significaría que se han quedado solo en la superficie de este escrito, sin profundizar en lo que realmente he querido expresar o haceros llegar. Otros, los que a lo mejor me conocen más, ya no solo por mi trayectoria profesional sino como persona, estoy convencida también, entenderán perfectamente el mensaje, entre otras cosas porque siempre he llevado por bandera acabar, o por lo menos intentarlo, usar la discapacidad, enfermedad o los defectos de las personas como insulto.

Me supera, lo reconozco. Creo que tenemos un lenguaje muy rico en palabras, en sinónimos y en expresiones para insultar a una persona, si ese es el deseo de cada uno, recurriendo a palabras como “subnormal”, “deficiente”, “retrasado mental”, “loco”, “paticorto”, “gorda”… e “ida”. (Desde el despacho donde escribo este editorial oigo ya los truenos y relámpagos por la última palabra que acabo de escribir).

No, así no. Y menos aún amparándose, con mofa y sorna como he tenido que escuchar o leer, que les habré entendido mal y que son unas iniciales de nombre y dos apellidos.

En pleno siglo XXI me parece intolerable que haya gente que se dirija a Isabel Díaz Ayuso (vuelvo a oír truenos y relámpagos en el despacho y hasta un “facha”, como no), como la Ida, la Loca, la Desequilibrada y que encima haga gracia el término. Quiero pensar que todas aquellas personas que lo hacen no deben tener conocimiento de lo que es una enfermedad mental o no les ha tocado vivirla de cerca, porque si así fuera no usarían esas palabras como insulto despreciativo. Y quiero pensarlo, porque no me entra en la cabeza que tengan conocimiento de ello o lo hayan sufrido y lo hagan, porque entonces diría mucho de esa persona.

Si llegados a este punto solo has visto política en este escrito, es que no he conseguido expresarme bien, y ya lo sentiría. ¡No todo vale, carajo! Juzguemos a nuestros políticos por lo que hacen, pero no caigamos en el chiste fácil y despreciativo del insulto que, encima, menosprecia a otras personas que tienen que vivir cada día con una enfermedad mental, con una discapacidad, en una silla de ruedas, -tampoco soporto a los que se ríen de Pablo Echenique por este motivo-, o luchando por no caer en la anorexia, por poner solo algunos ejemplos. ¿Actuaríamos igual si a uno de nuestros hijos día sí día también le llamaran desequilibrado o ida en el patio del colegio? Llevamos años luchando contra el acoso y el bullying, pero últimamente parece que a muchos se les ha olvidado, porque en política “todo vale” total de menospreciar al contrario. Pero más llevan muchísimas familias sacando adelante a sus seres queridos, afectados por alguna enfermedad mental y buscándoles un sitio en esta sociedad para que no rememos junto a ellos. ¡Dejemos de usar esos términos como insulto!